Carta abierta al Dr. Ciro Zabala


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Don Ciro

Le escribo desde, quizás, un lugar más dolido que el de muchas personas que expresaron su desagrado frente a sus declaraciones sobre los cuidados que debe tener una mujer para que no la violen o abusen, sobre esa horrorosa y machista visión de que hay que enseñarnos a comportarnos. Le escribo desde el sitio de una persona que aún no sabe lidiar con todos los abusos sufridos, con el cartel de “viólame” que parezco tener impreso en la frente, porque durante toda mi vida (y espero que no sea igual la cotidianidad de todas las mujeres, aunque tristemente lo intuyo) se han acercado a mí hombres que han intentado o han logrado abusar y acosarme sexualmente.

Cuando escuché sus declaraciones, volví con la memoria a mis siete años de edad, me vi sentada en mi escritorio terminando mis tareas, vestida con un jean, zapatillas, una chompa gruesa de colores pastel y el cuellito blanco de una blusa superponíéndose a la lana, una chamarra con frisa y un cintillo sosteniendo mi corta melena. Aquel día fue el primero de los tantos en el que el abusador, amigo muy cercano de la familia, 11 años mayor que yo, me preguntó si sabía lo que era un pene y me hizo tocarlo; con el tiempo recrudecieron las cosas y aunque no recuerdo si hubo violación o no en una de las tantas veces en que me abusó, no puedo ni repetirme a mí misma las cosas que me hizo. Pensando en sus palabras y comparándolas con mi recuerdo, Don Ciro, me pregunté porqué no me había podido cuidar mejor aquella vez... qué parte de mi voluptuoso cuerpo de siete años había motivado a mi abusador, qué detalle de mi gruesa ropa de invierno había provocado que él quisiera tocarme. No recuerdo haber bebido aquel día, más que un par de tazas de leche y unos vasos de jugo para saciar la sed después de los juegos... pero tal vez usted también se refería a la embriaguez de la niñez que nos mantiene inocentes e ingenuas sin pensar en que el otro, tan cercano, quiere hacernos daño. Tampoco recuerdo haberme drogado, ni siquiera recuerdo haber sabido qué drogas existían... menos aún cómo adquirirlas. Esa noche no estaba en la disco, era muy difícil porque tenía mucha tarea y, además, a mi carnet de identidad le faltaban el mismo número de años que el abusador me llevaba de ventaja.

Tampoco volví tarde a casa, ¿sabe? Eso es quizás lo más doloroso: estaba en casa, estaba “protegida”. Y discúlpeme, Don Ciro, pero nunca -ni aún siendo niña- he sido muy hábil en los deportes ni muy flexible, así que las técnicas de defensa personal -que en ese tiempo no lo había considerado y ahora me reprocho por no haber notado su importancia- no eran un conocimiento que tuviera... y de haberlo tenido, tampoco sabía que nadie tenía derecho a tocarme... así que no hubiera puesto en práctica ni el kárate, ni el ninjitsu, ni el tae kwondo, de haber sabido... A lo único que tenía acceso -si conseguía la llave, la ubicación y el valor para encontrarla- era una pequeña pistola que pertenecía a un pariente... tal vez, reflexionando ahora, debí haberla cargado conmigo desde mis siete hasta mis 13 años, mientras duró el abuso. O no, mejor hasta los 16.... porque después de él, vinieron otros a violentar la paz que intentaba recuperar... aquel que pasando por la calle me agarró las nalgas en pleno prado paceño a las cuatro de la tarde y los policías, que estaban en la acera del frente, miraron y no dijeron ni mú... O aquel pariente que, a la fuerza, me dio un par de besos. Quizás me hizo falta hasta los 18 años, don Ciro, cuando volvía de la universidad y no había luz por mi barrio (debí haber previsto llevar una linterna, ¿no?, es que no me han enseñado a comportarme en estas situaciones) y el que pasó por mi lado tuvo la misma idea que el de mis 16 años... tal vez lo provocaron mis libros, o la ropa holgada y sin combinar que llevaba puesta, porque desde mis siete años que tengo problemas para aceptar, mirar y poner "coqueto" a mi cuerpo. Quizás fueron mis labios sin pintura (¿será que ese color se llama “natural pasión” como el rojo pasión?).

¿Sabe? Me encantan las faldas y los vestidos, me gustan los escotes... sin embargo, mi familia y amigos piensan que soy poco femenina porque aunque intento y tengo un par de prendas así en el armario, a los diez minutos desisto y me pongo un jean, una blusa y, usualmente, una chalina que tape el escote. ¿No le digo que no me siento cómoda con mi cuerpo? Razones tengo, ¿sabe? En fin, continuemos recordando... 

Me hubieran sido muy útiles sus consejos cuando, a mis 27 años, el radiotaxista del aeropuerto, con identificación y placas, me miraba con cara de enfermo en vez de mirar el camino, quizás con sus palabras hubiera aprendido a comportarme cuando voy de viaje. En esa ocasión, y de puro susto, no me quedó más que llamar por celular hasta el país donde vivía mi entonces novio para que su voz me tranquilizara en el largo camino por recorrer y para que escuchara en caso de que al enfermo se le ocurriera pasar de las miradas a los hechos. Llegué bien, por suerte, aunque había gastado más de 100 bolivianos de crédito que tuve que reponer a mi oficina (es difícil rendir gastos con el ítem “estaba intentando evitar que me abusen o violen”, ¿sabe?). Llegué a salvo, eso era lo importante. 

Esa misma noche, salí con algunos compañeros de trabajo a conversar. Nos tomamos algunas cervezas, sí. A las tres de la mañana me fueron a dejar al hotel, ninguno iba borracho, no... al día siguiente nos esperaban muchas tareas por cumplir. Pedí mi llave al administrador, subí al dormitorio en el cuarto piso, me puse el piyama y, como tengo insomnio desde hace muchos años (imagínese cuáles son las causas), me dispuse a leer. Leí más de una hora. Aún no tenía sueño pero me obligué a dormir para poder cumplir con las labores que emprendería horas más tarde. Y puedo decir que la lectura, como más de una vez, me salvó la vida. Apenas había conciliado el sueño, desperté asustada, me di la vuelta y vi el cuerpo de un hombre metido por la ventana de mi cuarto, sentí su mano sobre mi cuerpo... y él salió corriendo escaleras abajo cuando me di la vuelta. Claro, ahora que lo pienso, debería negarme a los viajes de trabajo porque me pongo en riesgo al alojarme en un hotel y debería cuidarme más, pero sigo sin saber comportarme. En fin, llamé a la policía, me contestó un oficial que además de no hacer nada por mí, me trató mal... y tuvo la brillante idea de preguntarme si sabía quién había sido... claro, tonta yo por no pedirle el carnet de identidad al tipo de la ventana antes de que saliera corriendo o por no haber visto su rostro en la oscuridad de las cuatro de la mañana y con mis problemas de vista. Cuando, cansada de los maltratos del oficial, le dije que él no me podía tratar así, que yo conocía mis derechos como mujer, y que iba a denun... sí, inconcluso.. me colgó el teléfono antes de que termine de decirle aquello. No me quedó otra que despertar a los amigos para que me fueran a buscar. Antes de dejar el hotel, encaré al administrador con el poco valor que aprendí a tener cuando fui creciendo... primero se negó, luego me trató mal y terminó diciéndome que no le importaba que lo denunciara, que él era hermano de la dueña. 

Lastimosamente no pude denunciar, necesitaba que me acompañaran porque estas cosas, cuando una se la ha pasado tan mal siempre, quiebran, limitan... y todos andaban muy ocupados para acompañarme, además, me decían que tenía que alegrarme porque no pasó a mayores. Y claro que me alegré, aunque ellos no entendieron mi pánico, mi necesidad de tomar tranquilizantes ni todo el “escándalo” que armé porque no es lo mismo un episodio así que, después de toda una vida de violencia, el haber llegado a la conclusión que le comenté al inicio: parece que llevo un cartel de “tócame” impreso en la frente.

Volví a la ciudad en la que vivo. Una noche, camino a mi casa, a las ocho más o menos, esperé mucho rato por un trufi. Iba con un abrigo, mi mochila, nada arreglada, digamos, como para provocar -en sus términos- que alguien me moleste. Me urgió volver a casa, no quería esperar más por el trufi, vi un radiotaxi acercándose pero aún le faltaba una cuadra para llegar donde yo estaba... iba a hacerlo parar, pero desistí y decidí seguir esperando el transporte público. Menos mal que desistí. Cuando el taxi pasó cerca mío, Don Ciro, se detuvo, el taxista sacó medio cuerpo por la ventana y me describió cómo pensaba violarme, con palabras que no pienso reproducir en este texto porque me dan mucho asco, ¿sabe? Se quedó allí un momento, yo estaba paralizada (luego de tanta cosa, una difícilmente puede reaccionar), se fue... y me quedé temblando, esperando al famoso trufi. Llegué a mi casa y me quebré. Tanto tiempo le toma a una estabilizarse un poco después de uno de estos episodios, y pareciera que el cartel que le comenté es luminoso, se prende cuando una ya ha conseguido superar un poco el terror vivido.


Eso, don Ciro, eso quería contarle desde otra perspectiva, desde otra molestia por sus declaraciones. Lo hago con todo respeto, no para confrontarlo o tildarlo de bruto, que eso ya se lo han dicho infinitamente en estos días... lo hago para que escuche nuevamente sus declaraciones, las confronte con este relato tan íntimo y que tanto me ha costado escribir, y piense de nuevo respecto a sus consejos hacia las mujeres. Capaz, y en un golpe de suerte, se dé cuenta y declare algunos consejos para los hombres, para que no nos violen, no nos toquen, no nos acosen, no nos abusen, no nos maten; para que aprendan a comportarse, que a ellos les viene haciendo falta.

Por último, disculpe que no firme la carta... aunque me sé toda la teoría de que la culpa no es mía, que no debería avergonzarme, etc... resulta que las estructuras machistas no me dejan en paz, lastimosamente, y sigo sintiendo culpa y vergüenza. Respecto a ello, le invito a leer otro post de mi blog que puede servirle para entender que el culpable no solo es el abusador, sino también el Estado, la sociedad, los servicios legales, etc. Es decir que entre los culpables también está usted.

Entender de quién es la culpa: http://etilica-b.blogspot.com/2013/07/entender-de-quien-es-la-culpa.html 

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Sobre las declaraciones de Ciro Zabala: http://mujeresenelsigloxxi.blogspot.com/2014/08/ciro-zabala-candidato-pide-ensenar-las.html?showComment=1408560604428

Project Unbreakable: o eso llamado sobrevivir


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Hace un par de meses conocí project unbreakable: frases dichas por los atacantes recordadas por lxs sobrevivientes a la violencia sexual. A simple vista, el proyecto parece bastante simple y quizás hasta morboso: un/a sobreviviente se toma una foto sosteniendo un cartel con la frase que recuerda del atacante e incluso de su propia familia o de los y las funcionarias legales cuando sentaban denuncia.

Error 1: el proyecto no es simple, es muy difícil hacer el ejercicio de plasmar en un papel o una pizarra alguna de esas frases que te han perseguido de por vida. Al final, al escribir esas frases una está volviendo tangible ese hecho, lo concretiza, lo asume, lo reconoce... sólo en el recuerdo mental es que una puede distraerse a ratos y hasta negar u obviar lo que sucedió .

Error 2: El proyecto no es morboso. Escribir esas horrendas frases en un papel sirve para sanar, ayuda a sacarlas del fondo de la memoria y empezar a reconstruirse a una misma. Leer los carteles de otras mujeres y de otros hombres permite a una persona que ha sufrido abuso sentirse menos sola, sentir más rabia también y por ello decidirse a actuar, reafirmarse en la acción; así mismo, permite entender que la culpa no es de una, sino de esxs desgraciadxs. Para el resto, leer estas cosas permite reflexionar sobre lo que se dice respecto a una víctima y a la víctima,  sobre el modo de actuar de tanta gente que aún defiende a quien comete abusos y, además, es cómplice indirecta de que siga sucediendo, y permite entender también los modos en los que lxs abusadorxs se acercan y le hablan a unx.

Me ha tomado mucho tiempo. Las frases las tenía muy presentes, las traía mi memoria en los momentos menos esperados. Las escribí digitalmente hace ya un tiempo, pero recién he tomado valor para ponerlas sobre papel, tomar las fotos y enviarlas. Aún me falta el coraje para también mostrar mi rostro, para terminar de objetivizar y aceptar que eso que pasó, y que aquí describo, me ocurrió a mi, le ocurrió a este cuerpo.

                            
                                         






Entender de quién es la culpa


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El cuerpo que tengo no es el mío. No hasta que lo recupere totalmente: el control sobre él, entender que es mi primer territorio de resistencia, que aprenda a cuidarlo mejor, que no me traicione con sus espasmos, que  no me de asco de vez en cuando, que no sea sólo esa cáscara impuesta, que no sea el recordatorio del abuso, que no me haga pensar "es solo mi cuerpo, que le hagan lo que quieran, lo importante es quién soy yo", que no sienta que odio tenerlo porque es a él al que abusaron, que fue el motivo de estos dolores.

La culpa que tengo no es culpa mía. Y temo que no voy a poder entender porqué no es culpa mía hasta que no recupere mi cuerpo. Y temo no recuperarlo porque allí están los culpables impidiendo que lo haga, así como se lo impiden a miles de niños y niñas, a miles de mujeres y hombres. Es que el o la culpable no sólo es la persona que comete el abuso, también están los culpables cómplices, los culpables que omiten, los culpables que niegan, los culpables que te hacen sentir culpa, los culpables que son negligentes, los culpables que hacen las leyes, los culpables que no destinan recursos a los sistemas legales, los culpables que minimizan el tema, los culpables que no educan, los culpables que validan, los culpables que te victimizan.

Está él (de esos otros no hablaré ahora, aún no puedo), culpable de destrozar mi infancia. Está su familia, culpable de no educarlo, de no darse cuenta, de socapar muchas de sus actitudes y acciones -no digo precisamente esta, pero una cosa lleva a las otras-. Está su madre, que estoy segura que lo sabe todo... no del abuso hacia mí precisamente, pero no puedo creerme -aunque así lo desee y sueñe- que él sólo abusó de mí y de nadie más, que sólo fue un lapsus de algunos años en su vida y que, además, ese lapsus fue selectivo con una sola persona. No puedo creer que sea dirigente scout, que siempre haya estado dispuesto a cuidar a los y las niñas cercanos, que haya sido el niñero en las fiestas de sus amigos, sin que eso signifique lo peor que podría significar. No puedo creer que aún pueda hacerle esto a otras vidas y que yo lo permita porque no lo he desenmascarado.

Está mi familia que es culpable por no darse cuenta porqué yo no comía cuando era niña, de dejarme sola con él, de no preguntarme porqué estaba triste, de no volver a hablar del tema conmigo después de que se los conté. Está mi madre que no podía cuidarse a ella misma tampoco,que no pudo aplicar sus conocimientos sobre la infancia, los derechos de la infancia y los fantasmas que persiguen esos derechos conmigo, que no supo detectar, que no me habló ni enseñó qué demonios era ese cuerpo que yo traía por cáscara. Que cuando me habló y me dijo que nadie tenía derecho a tocarme, los abusos llevaban años ya, se habían normalizado en mi vida al punto de gustarme, de buscarlos... sabiendo ella que era más posible que existieran abusos cuando era más niña, cuando había más extraños en casa, cuando estaba yo lejos.

Está la escuela y están sus maestros/as que nunca se plantearon la necesidad de hablar sobre este tema. Está el sistema educativo que no exige que los y las maestras sean también responsables de proteger a la infancia. Está la educación que no toca el tema y que cuando lo toca sólo te enseña a cuidarte, pero nunca enseña al o a la abusadora a no abusar, a no destruir.

Está la legislación vigente que es inútil. Están los y las funcionarias legales que no tienen tacto. Están las leyes que no me permiten denunciar porque ha pasado mucho tiempo... tal vez el que necesitaba para poder asimilar lo que había pasado... pero no piensan que si denuncio ahora, en realidad, no es por mí ni para que el abusador tenga una condena, sino para que el abusador no tenga más oportunidad de hacerle lo mismo a otros niños y niñas. A mí, personalmente, no me sirve de nada denunciarlo. No me quita los traumas ni las secuelas, no me devuelve mi integridad, no me permite tener una vida sexual plena o sana, no me devuelve las relaciones amorosas en las que no he podido disfrutar y no he dejado que esa otra persona disfrute, no me quita de la historia los múltiples intentos de suicidio, ni las situaciones de riesgo en las que me he puesto. Verlo en cárcel -situación tan poco probable en este sitio en el que la justicia no existe y menos para una mujer y menos para una víctima de abuso- tampoco me sirve, no saco victoria con la venganza, no me haría sentir mejor saber que lo pasa mal. Denunciarlo y verlo en la cárcel en realidad me sirve para dormir algo más tranquila sabiendo que no apareceré en la lista de culpables de otras personas que han sido abusadas  porque yo callé esto que me pasó; le sirve a otros niños y niñas para tener una amenaza menos en sus vidas, les sirve a otras familias para  dormir más tranquilas, le sirve hasta al puto Estado para tener una persona menos que lo culpe de negligencia.

Está la sociedad en la que vivo, con sus falsas moralidades y sus grandes tabúes. Está esa sociedad que reprime mi sexualidad también, que hace que mi cuerpo siga siendo esa cáscara inútil y asquerosa. Está la imposibilidad de ponerme una puta falda corta, porque me cohíbe... está la sociedad que me obliga a ocultar mi cuerpo, a no cuidarlo ni quererlo, pero me exige feminidad, me reclama moda y estilo, me exige que me vista de determinadas formas en determinadas ocasiones. Está la sociedad que prefiere pretender que somos mejores personas si hacemos del cuerpo, el sexo y la sexualidad un secreto. Y eso, ese secreto, ese tabú, ese moralismo falso, eso es lo que las y los abusadores aprovechan para abusar, para decirte que te calles, para que la culpa recaiga siempre en la víctima. Quiero sexo, quiero disfrutarme, pero estas moralidades y ese acecho social que juzga y murmura, me hacen sentir mal, culpable, en deshonra, avergonzada, asquerosa... y eso que siento, hace que poco a poco vaya justificando a cada uno de los culpables en esta lista y que llegue al punto de partida y que crea, otra vez, que la culpa es mía. Y que así culpable, odie otra vez a mi cuerpo y no lo recupere nunca... y no me recupere nunca...






Morirse y no


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Estoy lejos... estoy como siempre mal del alma
Estoy como siempre borracha... estoy como siempre heredera de los males..
Me voy, donde sea pero tengo que correr... no hoy porque la corresponsabilidad común me llama... tal vez mañana que sólo soy conmigo misma,...

Kore o la peste de Hades (nunca podré ser Perséfone)


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[Nota antes de empezar: este video es, creo yo, la forma más resumida y real de expresar eso que siento. Esos gestos, esa incomodidad, ese recelo, ese terror es el que se vive cuando te han roto.]

Aún no sé cómo escribir esto. Debo reconocer que tengo pánico a hacerlo, que d-escribir lo que pasaba y pasó, que ponerlo en palabras es aceptar que fue real y que estoy rota. Es más fácil tenerlo en la cabeza que en el papel (digital o no), los recuerdos pueden ocultarse... puedo seguir haciéndome a la tonta, puedo obligarme a pensar en otra cosa cuando algo de aquello azota mi memoria o mi cuerpo. 

Llevo un par de semanas obviando hacer este post. Llevo toda mi vida obviando quizás no lo que me ha pasado pero sí los traumas, secuelas y depresiones que me ha dejado. A veces puedo hablarlo, contarlo abiertamente... pero no hago otra cosa que objetivizarlo, que ponerlo como un estudio de caso y hacer(me) creer que lo tengo todo resuelto. 

Hace un par de semanas salimos juntos, bebimos, el alcohol liberó mi subjetividad, mis emociones... llegamos a casa... como siempre sucede cuando bebemos, él se acercó, empezó a tocarme como no hacía hace mucho tiempo, yo me paralicé -como siempre-, me alejé, me dormí... Me despertó y nos pusimos a hablar. Me confesó que me ama pero que realmente no sabe cómo acercarse, que no sabe si quiere acercarse. Que también se siente mal, que no le es fácil no poder estar conmigo, y una frase más que me dolió muchísimo y que fue el quiebre de mi aparente resiliencia pero que ahora no puedo recordar, que seguramente reprimí. 

En ese punto asumí que aquel infeliz (y aquellos otros de los que aún me niego a asumir el abuso) me había roto la vida. Que no es como cuando un amiguito te hace tropezar y te deja una cicatriz, que cura, pasa y queda como una anécdota... que lo que pasa es que la mayor parte de mis problemas son secuelas, que aunque no quiera verlo o admitirlo estoy mal y que tal vez nunca logre salir de esto, nunca deje de obligarme a mí misma a ser parte de este círculo vicioso de negación, culpa, vergüenza, depresión. No he dejado de reír, es cierto... a veces me siento inmensa y descaradamente feliz, pero eso es sólo una capa delgada de hielo en la que camino y es demasiado frágil. 

No sé cómo empezar la reconstrucción, no sé cómo dejar de teorizar sobre mí, no sé cómo creer en que la terapia hará algo por mí. No tengo idea cómo librarme de esta dicotomía entre mi cuerpo y mi mente queriendo ser plenos en la sexualidad,  de mis impulsos y mis ganas, frente al asco de mi cuerpo desnudo, a la parálisis, al autosabotaje, al temple, a la represión, a las situaciones de riesgo. No sé cómo carajos disfrutarme y de verdad lo deseo. El abuso no ha hecho que odie todo lo sexual, de hecho soy muy sexual... pero ese disfrute está sólo en mi cabeza y se rompe, se cae y destroza cuando tiene que ir a la práctica.

Necesito un botón de reset de la sexualidad. Necesito poder reiniciar y sentir las cosquillas cuando me dan un beso, sentir la excitación cuando me tocan, poder hacer un juego previo, poder moverme, poder sentir, poder tener un orgasmo, disfrutarlo de verdad... Necesito poder ser pareja también, necesito dejar de ser y sentir que soy el obstáculo para que la persona que me ame tenga una sexualidad plena. Odio ser, sin quererlo, el perro del hortelano que no tiene una vida sexual normal y que se la impide a quien está a su lado. 

Soy Kore, Hades me ha raptado algunos años de mi infancia y me ha quitado el poder saber quién soy. Me ha dejado una peste que no se quita con nada... pero no hay trato, no veo la forma en la que pueda reinar al otro lado de la oscuridad, de este agujero negro que me absorbe y que agotará un día mis máscaras, mi temple, mi teorización, mi estúpida felicidad, que me hará estallar y  habrán más daños colaterales de los que me gustaría.

Corazón de colectivo


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Imagen vía photopin.com Ver créditos al final del post


La primera vez que escuché la denominación "corazón de colectivo" la situación me venía como anillo al dedo. Reí para mis adentros y no pude evitar el ruborizarme (¿debería decir para mis afueras?). Hoy no la volví a escuchar, fue mi mente la que la trajo de vuelta a casi un año de ese enredado asunto. Enamorarse no es un problema, enamorarse dos veces al mismo tiempo sí, al menos en un país en el que hipócritamente se flamean los más conservadores “valores” del catolicismo y un amplio conjunto de aberraciones anti-natura, al mero estilo oscurantista, dedicado a que uno sienta culpa por lo que hizo, lo que no hizo, lo que pensó y también, cómo no, la culpa por sentir culpa. 

Corazón de colectivo, capacidad para amar dos veces metiéndose una en el más grande de los líos. No sé si esto también se lo pueda achacar al catolicismo, pero tenía que ser lógico que al enredo se sumasen un par de características sobre el sujeto en cuestión que hicieran todo más denso. 

El otro día me puse a pensar en que el silencio es sólo pólvora que alimenta una bomba de tiempo. Textual: pocas de las cosas que uno piensa se vuelven realidad; de esas, siempre se eligen las peores. Este casi año en el que he y me he escondido esta verdad ha explotado de la peor de las formas: un viernes a las seis de la mañana y en un estado de embriaguez considerable (claro, te puedes poner de alias “Cero drama” y no sucede nada, pero si eres etílicaB, ¡prepárate!). Se lo dije, pero se lo dije mal y recibí respuestas aleatorias, poco claras, esquivas. 

Luego, me entraron todas las ganas de que el avión de vuelta a casa se dé un paseíto por el Triángulo de las Bermudas, que ese mito se convierta en realidad y mi realidad en un mito. Decirle que lo amo, y peor aún en ese estado, sólo puede traerme pérdidas: de los momentos felices en que aparecía una complicidad coqueta, de mi vida en pareja, de mi amada vocación, de los amigos hechos. 

Mi vida en crisis. Esperar su vuelta, no poder mirarlo a la cara, esperar respuestas o preguntas, no obtenerlas. Decidir que soy yo, nuevamente, la que tiene que buscarlas, pero, ¿para qué? No sé qué es lo que espero realmente. Si me dice que mi amor encuentra reciprocidad en él, sólo podría salir corriendo. Si me dice que no, también. No importa a qué número apueste, todos son pérdida. Igual lo hago, doy el paso, envío un mensaje, tengo una respuesta para encontrarnos y charlar. Y aquí estoy, esperando que el tiempo vaya hacia atrás, que mi cuerpo deje de temblar, que mañana tenga cara para seguir aquí y seguir en casa.

Crédito de la imagen: Carefoca via Photo pin cc

La culpa de sentirse culpable


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Es extraño. Hasta hace un par de horas sentí culpa por ayer. Ahora siento culpa por haber sentido culpa, como en un intento de congraciarme conmigo, de justificar las cosas cambiándolas por otras. El viernes por la noche bebimos, no mucho. En esos arrebatos semi-etílicos, creímos que era un buen momento para amarnos, para darnos eso a lo que le tenemos tanto miedo cuando estamos sobrios porque saca demonios, llantos e incomprensiones. Grave error. Tiene razón. Estaba en otro lado mientras él me tocaba, estaba en el país del "imagínate que te violan porque eso es lo que merecerías". Tengo razón. Me rehúso a tener relaciones sexuales sólo cuando tenemos alcohol en la sangre: nos hace más vulnerables. Además, luchar con el cansancio del cuerpo que de por sí nunca ha podido ser algo más que mediocre, luchar con la pereza, el asco y la costumbre del "pero si a mi siempre me 'han hecho', yo nunca he tenido que mover un pelo".

 Nos resultó mal. Sus reclamos son totalmente válidos, ya le dije que si lo necesita se busque una compañera sexual. Lloré toda la mañana. Odié mi cuerpo más que nunca y todos sabemos que no hay ducha que quite el asco. Así puestas las cosas, pasó lo inevitable en estas crisis: otra crisis más. Después de episodios como éstos, lo que viene es el vómito de todo lo reprimido hasta el instante. Levantarme, tener una calentura feroz, de esas que nunca, insistir (sin decir nada) hasta casi forzar un encuentro sexual, dejarlo a medias porque igual no me es fácil, intentar nuevos roces, soñar con que me tome por sorpresa, ver horas y horas de porno en fotos y videos, desde las más suaves hasta las más densas, deseando una doble penetración o alguna de aquellas cosas, dándome cuenta que tampoco podría.

Otro intento, se pone nervioso y me dice que no, volver a la computadora, esperar a que se duerma, recordar a esa amiga que alguna vez me propuso estar en su cama y que nunca jamás concretamos nada. Conectarme, verla conectada, comenzar a hablarle, terminar a las dos de la mañana enviándonos mensajes de texto quedando el día, la incógnita del lugar y ella con un orgasmo encima. Me pregunta si me vine... le respondo algo que no se atreve más a comentar: no sé qué es un orgasmo. Seguro se fue a dormir, a mi me queda el privado ancho de banda útil para ver de todo.

Pongo unos videos, empiezo a masturbarme, soy paciente, pasan 20 minutos y algo empiezo a sentir. Sigo tocándome, he decidido no parar hasta que llegue. Mis dedos van frenéticos entre mi vagina y mi clítoris, el clítoris pide que lo apriete más fuerte, empiezan a temblarme las piernas, siento que al fin sabré qué es, ahogo un gemido, me voy hacia atrás, me recomiendo no soltarlo. Pero mis piernas se cierran, impiden que me siga tocando, mi cuerpo se descoloca y adopta una posición nada útil en este caso. Me frustro.

Me fumo un cigarro, empiezo a pensar en el día en que he quedado con ella, empiezo a sentir algo de culpa. No debería. No sé porqué lo hice. Quiero hacerlo pero no sé qué sentiré después. La mejor forma que tiene mi cabeza de distraerme de un momento así es pasarme un trailer más crudo. Comienzo a pensar en él, en otro él, no por amor sino por morbo. Imagino que se acerca y me toca, que le digo que no pero insiste, que intento zafarme pero que él sabe cuánto me gusta. Pongo otra tanda de videos, olvido la frustración anterior, comienzo a masturbarme otra vez, me concentro, estoy mojada, me ayudo con la saliva, mis dedos han aprendido un ritmo que no conocía, esta vez sí, ahora creo que sí. Pero no. Mis piernas vuelven a cerrarse y el único líquido que sale de mí son unas ridículas lágrimas de enojo.

Repaso las 8 horas que llevo viendo porno. No ha valido la pena. Me gusta, pero me siento podridamente mal, otra vez el asco por mi cuerpo. Me pongo a pensar en lo que veo y busco, en lo que pienso y deseo. Culpa otra vez. Y todo vuelve a ese maldito círculo: cerrar todas las páginas porno, buscar temas de ayuda sobre abuso sexual, confirmar que aún tengo el teléfono de la psicóloga, pensar en que debo anular la cita con ella, meterme en cama, hacer que me abrace sin que sepa que estoy destruida. Despertar, acercar mi cuerpo lo suficiente como para sentir su pene entre mis piernas, rogar porque me toque, proponerle quedarme en casa por la mañana, salir de la cama, vestirme y llegar al trabajo.

Dudo de muchas cosas, pospongo miles de tareas por pensar en esto. Invento excusas sobre mi estado de ánimo. Decido retomar este blog que sé que dejaré en un par de días por otro par de años. Me pregunto para qué escribo todo esto, me respondo que por lo menos tengo un registro de mis pelotudeces que me ahorrarán, en el futuro, un par de costosas horas con la psicóloga. Tengo hambre, y eso que aún no he digerido todo esto que me ha dejado también sin desayuno ni almuerzo.

Crédito de la foto: quinn.anya via photo pin cc

Terapia sexual: un punteo de causas y consecuencias


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Hay varias cosas que debo dejar en claro, aunque temo adelantar terapia soltándolo todo... cuando se supone que lo haga poco a poco, recordando, meditando y sin sacar más de lo que pueda soportar. Pero, bah!, quién dice que debe ser así. La terapia sexual que he iniciado tiene varias causas y consecuencias, el problema es que no sé cuál es cuál ni qué tienen que ver entre ellas. Especifico:
a) Siempre he sido sexual, mi primer recuerdo sexual es de mis cuatro o cinco años.
b) Siempre he sido bisexual, aunque recién lo acepto. Mi primer recuerdo sexual es con una mujer, de la misma edad que yo.
c) Siempre me he masturbado. Desde niña y con objetos.
d) No sé si catalogarlo como abuso, porque me gustaba a pesar de la culpa. Pero sí experimenté, desde mis siete años, experiencias sexuales con hombres que eran mayores, mucho mayores que yo.
e) Me encanta el sexo. Pienso en ello una buena parte del día. Me masturbo (me autoexcito) sin que se note en cualquier lugar.
f) No sé lo que es un orgasmo.
g) A veces podría leer el periódico mientras tengo sexo. Pero me encanta el sexo. Pienso que es más la sensación de que algo va a pasar a que pase realmente.
h) Me gusta el masoquismo psicológico, no el físico... aunque no me negaría a que me amarren, o me encierren. Lo de los golpes, quemaduras y esas cosas no me van.
i) Me excito más sola que cuando tengo interlocutor.
j) Fui a una terapia en la que me dijeron que escriba una carta en la que exprese toda mi bronca hacia mi abusador. Nunca pude hacerlo.

Juntar piezas


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Me he impuesto una tarea difícil. Recapitular todos los episodios que me han traído hasta aquí, a mi disfuncionalidad que no me es tan cruda; a diferencia de lo que sucede para el ojo ajeno y lastimero que insiste en que ésto me hace mal. Ayer, por mera casualidad, leí de nuevo sobre las anas y mías que abundan en la red. Tema que me interesa mucho porque tengo un par de sobrinas que cuidar. Ahí decidí hacer este blog. Creo que no está en mí levantarme como estandarte y guardiana de la defensa de los niños y niñas que han sido abusados sexualmente. Tampoco seré el ejemplo de valentía tras la denuncia -peor después de tantos años- y mucho menos sentaré a la familia para relatar lo sucedido. Ponerle mi nombre y apellido a estas historias sería contraproducente con los avances que tengo. Imagino que sacar el tema a la luz será para escuchar gritos, llantos, culpas, lamentos y tener una chorrera de abrazos apenados. No, definitivamente no. Yo ya no me tengo pena por ello, ¿por qué tendría que dejar que los demás lo hagan? Por eso me decidí por este tipo de terapia y no por la receta de pasos que hay que seguir para "curarse". 

Volviendo a lo de ana y mía, aún me pregunto cómo y porqué no fue una salida para mí. A pesar de algunas notables coincidencias, como los cortes, la obsesión, los autocastigos o la imposibilidad de mirarse al espejo sin escupir o proferir insultos. En todo caso, me resulta más cómodo porque no entraría en el catálogo de "princesa", cosa que nunca he sido ni pretendo serlo. 

Manifiesto..


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He decidido "hacer terapia" en este blog. He pasado por alguno que otro psicólogo y terapeuta, he trabajado silenciosamente en mí misma pero parece que mi renuencia a aceptar que esto jode más de lo que me gustaría no ha dado ningún fruto. Antes de comenzar con los relatos, quiero dejar en claro un par de puntos que me parecen importantes:

a) Evidentemente trato de que este blog sea una terapia, una forma de enlazar eventos para armar ese rompecabezas que nunca termina de cuajar. Sin embargo, el hecho de que lo haya decidido por esta vía no quiere decir que necesito lástima, que me autocompadezco ni que me victimizo. Morir antes que histérica vivir.
b) Los pocos que saben mi vida insisten en que debería escribir un libro o una novela mexicana, lo que seguramente me haría millonaria sin mayor esfuerzo. Lo de millonaria no me vendría mal; en realidad, a este punto no me vienen mal ni diez centavos que pueda encontrar tirados en la calle. Sin embargo, no es esa mi intención. Todo lo que cuente aquí será tal como recuerde que sucedió, sin aditamentos ni aderezos que lo hagan menos o más crudo, menos o más literario. Probablemente cambiaré algunos nombres, no porque me importe mucho sino porque me obligará a ser creativa y porque, a estas alturas, los nombres son lo de menos.
c) No quiero defender ninguna postura moral ni amoral. En palabras de Les Luthiers, no quiero ser ni la cieguita Adelaida ni la pérfida Ivonne.No pretendo crear una imagen de mi, seré lo más transparente posible, con mis aperturas y mis miradas obtusas.
d) Aunque el título y la dirección del blog puedan ser confusas, la terapia no es sobre ninguna adicción al alcohol (aunque seguro muchos dirán que el primer síntoma es la negación). La terapia es sobre mi sexualidad y distintos episodios de mi vida que están relacionados a aquello de una u otra forma (aunque el tema no es excluyente).
e) No pido comprensión, perdón, lamentaciones, apoyo y mucho menos alabanzas. Tampoco quiero saber de reclamos, sugerencias, quejas ni intentos de ponerme a raya. Sin embargo, respeto mucho la libertad de expresión y entiendo la lógica del formato que he elegido, así que siéntanse libres de expresarse. El que no lo pida no quiere decir que no puedan hacerlo. 

Hasta ahí el pseudomanifiesto. Oficialmente me doy la malvenida al blog.