La culpa de sentirse culpable


.


Es extraño. Hasta hace un par de horas sentí culpa por ayer. Ahora siento culpa por haber sentido culpa, como en un intento de congraciarme conmigo, de justificar las cosas cambiándolas por otras. El viernes por la noche bebimos, no mucho. En esos arrebatos semi-etílicos, creímos que era un buen momento para amarnos, para darnos eso a lo que le tenemos tanto miedo cuando estamos sobrios porque saca demonios, llantos e incomprensiones. Grave error. Tiene razón. Estaba en otro lado mientras él me tocaba, estaba en el país del "imagínate que te violan porque eso es lo que merecerías". Tengo razón. Me rehúso a tener relaciones sexuales sólo cuando tenemos alcohol en la sangre: nos hace más vulnerables. Además, luchar con el cansancio del cuerpo que de por sí nunca ha podido ser algo más que mediocre, luchar con la pereza, el asco y la costumbre del "pero si a mi siempre me 'han hecho', yo nunca he tenido que mover un pelo".

 Nos resultó mal. Sus reclamos son totalmente válidos, ya le dije que si lo necesita se busque una compañera sexual. Lloré toda la mañana. Odié mi cuerpo más que nunca y todos sabemos que no hay ducha que quite el asco. Así puestas las cosas, pasó lo inevitable en estas crisis: otra crisis más. Después de episodios como éstos, lo que viene es el vómito de todo lo reprimido hasta el instante. Levantarme, tener una calentura feroz, de esas que nunca, insistir (sin decir nada) hasta casi forzar un encuentro sexual, dejarlo a medias porque igual no me es fácil, intentar nuevos roces, soñar con que me tome por sorpresa, ver horas y horas de porno en fotos y videos, desde las más suaves hasta las más densas, deseando una doble penetración o alguna de aquellas cosas, dándome cuenta que tampoco podría.

Otro intento, se pone nervioso y me dice que no, volver a la computadora, esperar a que se duerma, recordar a esa amiga que alguna vez me propuso estar en su cama y que nunca jamás concretamos nada. Conectarme, verla conectada, comenzar a hablarle, terminar a las dos de la mañana enviándonos mensajes de texto quedando el día, la incógnita del lugar y ella con un orgasmo encima. Me pregunta si me vine... le respondo algo que no se atreve más a comentar: no sé qué es un orgasmo. Seguro se fue a dormir, a mi me queda el privado ancho de banda útil para ver de todo.

Pongo unos videos, empiezo a masturbarme, soy paciente, pasan 20 minutos y algo empiezo a sentir. Sigo tocándome, he decidido no parar hasta que llegue. Mis dedos van frenéticos entre mi vagina y mi clítoris, el clítoris pide que lo apriete más fuerte, empiezan a temblarme las piernas, siento que al fin sabré qué es, ahogo un gemido, me voy hacia atrás, me recomiendo no soltarlo. Pero mis piernas se cierran, impiden que me siga tocando, mi cuerpo se descoloca y adopta una posición nada útil en este caso. Me frustro.

Me fumo un cigarro, empiezo a pensar en el día en que he quedado con ella, empiezo a sentir algo de culpa. No debería. No sé porqué lo hice. Quiero hacerlo pero no sé qué sentiré después. La mejor forma que tiene mi cabeza de distraerme de un momento así es pasarme un trailer más crudo. Comienzo a pensar en él, en otro él, no por amor sino por morbo. Imagino que se acerca y me toca, que le digo que no pero insiste, que intento zafarme pero que él sabe cuánto me gusta. Pongo otra tanda de videos, olvido la frustración anterior, comienzo a masturbarme otra vez, me concentro, estoy mojada, me ayudo con la saliva, mis dedos han aprendido un ritmo que no conocía, esta vez sí, ahora creo que sí. Pero no. Mis piernas vuelven a cerrarse y el único líquido que sale de mí son unas ridículas lágrimas de enojo.

Repaso las 8 horas que llevo viendo porno. No ha valido la pena. Me gusta, pero me siento podridamente mal, otra vez el asco por mi cuerpo. Me pongo a pensar en lo que veo y busco, en lo que pienso y deseo. Culpa otra vez. Y todo vuelve a ese maldito círculo: cerrar todas las páginas porno, buscar temas de ayuda sobre abuso sexual, confirmar que aún tengo el teléfono de la psicóloga, pensar en que debo anular la cita con ella, meterme en cama, hacer que me abrace sin que sepa que estoy destruida. Despertar, acercar mi cuerpo lo suficiente como para sentir su pene entre mis piernas, rogar porque me toque, proponerle quedarme en casa por la mañana, salir de la cama, vestirme y llegar al trabajo.

Dudo de muchas cosas, pospongo miles de tareas por pensar en esto. Invento excusas sobre mi estado de ánimo. Decido retomar este blog que sé que dejaré en un par de días por otro par de años. Me pregunto para qué escribo todo esto, me respondo que por lo menos tengo un registro de mis pelotudeces que me ahorrarán, en el futuro, un par de costosas horas con la psicóloga. Tengo hambre, y eso que aún no he digerido todo esto que me ha dejado también sin desayuno ni almuerzo.

Crédito de la foto: quinn.anya via photo pin cc