Juntar piezas


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Me he impuesto una tarea difícil. Recapitular todos los episodios que me han traído hasta aquí, a mi disfuncionalidad que no me es tan cruda; a diferencia de lo que sucede para el ojo ajeno y lastimero que insiste en que ésto me hace mal. Ayer, por mera casualidad, leí de nuevo sobre las anas y mías que abundan en la red. Tema que me interesa mucho porque tengo un par de sobrinas que cuidar. Ahí decidí hacer este blog. Creo que no está en mí levantarme como estandarte y guardiana de la defensa de los niños y niñas que han sido abusados sexualmente. Tampoco seré el ejemplo de valentía tras la denuncia -peor después de tantos años- y mucho menos sentaré a la familia para relatar lo sucedido. Ponerle mi nombre y apellido a estas historias sería contraproducente con los avances que tengo. Imagino que sacar el tema a la luz será para escuchar gritos, llantos, culpas, lamentos y tener una chorrera de abrazos apenados. No, definitivamente no. Yo ya no me tengo pena por ello, ¿por qué tendría que dejar que los demás lo hagan? Por eso me decidí por este tipo de terapia y no por la receta de pasos que hay que seguir para "curarse". 

Volviendo a lo de ana y mía, aún me pregunto cómo y porqué no fue una salida para mí. A pesar de algunas notables coincidencias, como los cortes, la obsesión, los autocastigos o la imposibilidad de mirarse al espejo sin escupir o proferir insultos. En todo caso, me resulta más cómodo porque no entraría en el catálogo de "princesa", cosa que nunca he sido ni pretendo serlo.